El atuendo de la fe viste tu alma para lucir radiante ante los ojos del Rey.

Fui depresiva desde la infancia.

Aparentaba ser feliz. Siempre sonreía, compartía con mi familia, mis amigos, compañeros, en fin; parecía llevar una vida como cualquier otro niño, pero la verdad era otra.

Era depresiva. Desde pequeña recuerdo haber tenido pensamientos suicidas, deseaba no vivir, y a pesar de sonreír, mis noches eran tristes.

Aunque vestía de colores, mi alma estaba vestida de luto.

Una posible causa de mi depresión pudo haber sido la violencia intrafamiliar que me tocó presenciar entre mis padres, quienes constantemente se gritaban y se golpeaban. Yo no era la agredida, pero indirectamente me afectó. Crecí con muchos temores, muchas preguntas y con falta de identidad.

Me sentía culpable, creía que yo era la causa del problema, pues a menudo me tocó escuchar a mi madre en su ignorancia decir: «todo lo que aguanto, lo aguanto por ti mi hija, por tu futuro» así que sentía que por mi culpa mi madre sufría.

Pasaron los años y a través de ellos aumentaba mi tristeza, mi soledad y mis ganas de morir. A pesar de que mis padres más adelante se separaron, el daño estaba hecho, no había un mal como tal en mi entorno para sufrir de la manera que lo hacía, pero era algo que ya vivía internamente en mi, lo había dejado crecer y pudo más que mis propias fuerzas.

El pasado vivía en mi presente, por mas feliz que solía aparentar, mi realidad era triste.

Intenté por varias ocasiones de distintas maneras quitarme la vida.
Por alguna u otra razón nunca (Gracias al Señor) pude cumplir mi cometido, alguien interrumpía el proceso y ahora entiendo que era Dios quien usaba a personas para librarme de la muerte.

Me tocó escuchar a personas que descubrían el problema que enfrentaba decirme: «¿pero por qué te deprimes si eres tan bonita? ¿Por que si no tienes problemas? ¿Por qué si todo el mundo te quiere? ¿Por qué si lo tienes todo? ¿Por qué si siempre luces feliz?»

Antes no tenía la respuesta, hoy si.

Me sentía vacía porque faltaba algo de Dios en mi, había algo más que mi físico…se trataba de mi corazón que estaba hecho pedazos y de mi alma que gemía libertad porque se encontraba atada por mis pensamientos.

Nunca me sentiría conforme con lo que pasara conmigo porque la inconformidad era causada por mi misma.

Un domingo asistí a la iglesia con un familiar, en esa ocasión predicaba un pastor, quien minutos más tarde fue usado por Dios para declarar las siguientes palabras: «Dios me dice que aquí hay alguien que sufre de depresión y atentó en contra de su vida, Dios te dice, ¡lucha! No te dejes vencer, tú puedes.» Y luego añadió: «¿quieres saber si es a ti a quien Dios habla? Tú estás teniendo pesadillas!» ¡Definitivamente era yo! Grité lo más alto que pude, no me pude contener y en ese mismo lugar oraron por mi.

Sabía que solamente Dios podía saber esto que mantenía tan guardado, esa frustración oculta solo El podía revelarla, Él quería ayudarme, siempre intentó librarme pero yo no lo dejaba. Ni siquiera ese día que fue tan revelador para mi fue suficiente, porque estaba hundida en mis tristezas, en mi mal.

Salí de aquel lugar de gloria y de paz para encontrarme en mis tinieblas. Dos días después tuve otra crisis. En esa madrugada volvieron esos terribles pensamientos, derramaba un mar de lágrimas, escuchaba voces que me hablaban en mi mente y me decían: «no sirves para nada, ¿qué haces en esta tierra? ¡Deberías morir! Muérete ya.»

Después de gritar y gritar me cansé. Trate de cortar mis venas, ahí tomé una decisión más drástica y cobarde, decidí subir a la azotea del tercer piso en el que vivía, y después de decirle a Dios: «esta vez no me vas a interrumpir» de allí me lancé de cabeza para morir.

Siempre hago énfasis en esta parte: «me lancé de cabeza» y es que no pretendía quedar con vida, buscaba morir.

De allí una vez más me libró el Señor.
Caí de pie, tuve 5 roturas en mis piernas y me golpeé la cabeza, pero quedé consciente, pude gritar y acudieron los vecinos y familiares a llamar la ambulancia y procedieron con el proceso requerido.

Pero yo no pensaba en mis piernas, pensaba en que estaba con vida. Gritaba una y otra vez ¡perdóname Señor! ¡estoy viva! ¡Dios me libró de la muerte! Una y otra vez lo repetía, le decía: «ya sé que tienes un propósito conmigo y yo no volveré a interrumpirlo»

Lo sé, toque fondo, hice sufrir a muchos con este acto de cobardía, también herí a Dios, pero de ese lugar nació otra mujer…no me importaba si tenía que quedar inválida el resto de mi vida, me era suficiente quedar con la libertad de poder hablar de un Dios que había hecho un milagro de vida en mi, ese Dios me dio la oportunidad de vivir, de ver la vida de una manera diferente y de luchar por mantenerla.

Atravesé un proceso de recuperación en el que me vi postrada es una cama sin movilizarme, pero desde allí Dios comenzó la obra en mi, tenía revelaciones, escuchaba la palabra y cada día mi fe aumentaba.

Desde que pude movilizarme a través de una silla de ruedas pedí ir a la iglesia, aquella iglesia que al principio Dios me habló. Quedaba en un segundo nivel, por lo que tenía que recibir ayuda para subir hasta allí.

Mi esposo (quien en aquel tiempo sólo era un conocido) era líder de alabanza de la iglesia, y a él junto a otros jóvenes de la congregación le tocaba ayudar a cargar la silla (junto a mi) por las escaleras.

Me apasioné de Dios, de su Presencia y de su amor. Aprovechaba cada lugar para hablar de lo que había hecho en mi vida.

Es increíble como aquel cuadro ante los ojos de los hombres podía lucir crítico y penoso pero para mí fue lo mejor, nunca me quejé de dolor, nunca me lamenté por estar postrada en esa silla, mucho menos por las terribles marcas que me dejaron cada operación.

6 meses después de terapias y de varios tratamientos, Dios habló a través de aquel pastor que siempre fue usado para bendición y me dijo: «Dios agilizó la obra, ve donde tú doctor, porque a este lugar regresas caminando».

¡Obedecí! El Señor sabía que para mi no era tan importante esta parte porque para mi era suficiente con el solo hecho de estar ¡VIVA! Pero es tan bueno y misericordioso que siempre hace más de lo que esperamos.

Salí a los Estados Unidos (donde recibía la mayoría de mis terapias) y al volver al país, regresé a mi iglesia caminando, al principio con ayuda de andadores y muletas hasta valerme por mi misma.

Aquella joven llena de temores había quedado en el pasado para hacer nacer en su presente a una mujer con identidad en Dios, llena de fe y con ganas de luchar por sus sueños.

Mi alma se sacudió de aquella vestidura de luto y se vistió de la fe que provocó un eterno gozo.

¡Se fueron los complejos!

Quizás físicamente no son notorios los cambios entre la mujer del pasado y la presente, pero en mi interior, ante los ojos de Dios se puede diferenciar por mucho.

En ese proceso, ya luego de mi recuperación, comenzó un joven (el lider de alabanzas) a hablar conmigo, yo no estaba en amoríos, pero él insistía porque decía que si Dios había hecho tanto conmigo era porque algún propósito grande tenía aquí en la tierra con mi vida.

No le importó mi pasado, no dudó de mi cambio, y cuando le dije: «tengo mis piernas llenas de cicatrices debido a todas las operaciones que he atravesado, no pienso borrarlas porque cuando las veo recuerdo lo que Dios hizo en mi» me contestó: «yo tampoco quiero que las borres porque a través de ellas también voy a glorificar a Dios por lo que hizo en ti» ¡Aleluya! Supe de inmediato que era el hombre de mi vida, hahaha!

Él es mi compañero, mi esposo, mi amigo, mi pastor, el amor de mi vida y padre de mis cuatro criaturas.

Él creyó en lo que Dios depositó y creyó en mi.

Hemos salvado almas en el nombre de Jesús, restaurado vidas, y a través de lo que Dios ha hecho en nosotros, hemos podido hacer que también ese Dios haga en otros.

No podía ver lo que estaba para mi destinado por causa de esa venda que cubría mi visión.

Si a algún lugar decido lanzarme hoy en día, es hacia la Presencia del Señor.

A través de esta oportunidad en esta página web la cual se que no es por casualidad, sino que tú tenías que leerme para que recibas un mensaje de parte de Dios y entiendas que si hay una salida. Quiero que sepas que eres una reina, una escogida de Dios, viniste a esta tierra con una misión, estás predestinada a vencer. Aunque no veas nada, todo está preparado y solo espera que decidas a ir por ello.

A ti Mujer te digo, es cierto que debes lucir hermosa y a la moda para ti, para tu esposo, para llevar a cabo alguna función x, etc. Pero no olvides el atuendo que te hará sentir de realeza, la fe en Dios que te ayudará a vencer.

Deseo que lo que luzcas por fuera, sea lo que sientas por dentro, por lo que en el nombre de Jesús oro, para que sea tan hermoso lo que lleves en ti, que aunque lleves una pieza simple, se destaque la gracia y el favor del Señor en tu vida.

«Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve» Hebreos 11:1